La
señalización comenzó en la antigüedad en respuesta a una necesidad: orientarse
por medio de objetos y marcas que se dejaban al paso de uno.
Con
el tiempo surgió un lenguaje simbólico para ser captado de manera instantánea y
por todos. Ya en el Imperio Romano se utilizaban pilares de piedra para señalar
las distancias entre las ciudades. En la Edad Media se utilizaban marcadores
direccionales para señalar rutas y cruces de caminos.
La
señalización se fue extendiendo y modificando: en vez de columnas o pilares se
comenzaron luego a utilizar cruces de piedra o madera y planchas de hierro
fijadas sobre paredes o postes.
En
algunos casos la señalización escrita planteaba dificultades para quienes no
sabían leer o para personas de otra lengua. Las señales multilingües no siempre
fueron una solución.
Con
el desarrollo de la circulación de automóviles las señales viales se hicieron
cada vez más necesarias. Para superar las barreras lingüísticas se
desarrollaron sistemas de códigos basados en acuerdos convencionales. En 1908
se realizó en Roma el primer Congreso Internacional de Tránsito. Se
establecieron los patrones básicos de las señales de tránsito.
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